Hace casi una década que Mario Rovira recaló en el Bierzo en su búsqueda de un lugar donde desarrollar su proyecto más personal tras regresar a España después de formarse en Francia (Burdeos y Sancerre), California y Nueva Zelanda. Una búsqueda de variedades autóctonas, zonas de montaña, suelos cualitativos y viñedo viejo. Todo ello lo encontró en esta comarca, en la zona de San Lorenzo, al abrigo de los montes Aquilianos. Y así nacía Akilia, una bodega familiar -con su madre Marisol Roldán como mano derecha- que ha trabajado siempre con «una misma filosofía de producciones pequeñas, vinos muy sostenibles y elaboración muy artesanal».
Y eso es algo que pudimos comprobar hace una semana en una nueva cata en Sorbo (C/Ancha 19, Ponferrada) con cuatro de sus vinos (Villa de San Lorenzo Blanco 2017, ‘K’ 2017, Villa de San Lorenzo Tinto 2016 y Villarín 2015). A ellos sumo dos «regalos». Su primer vino Akilia Chano Villar 2011, que relanzará el próximo año para conmemorar ese décimo aniversario de su llegada a la comarca, y el Tosca Cerrada 2017, un palomino fino en rama que elabora en Cádiz.
Mario tiene a la mencía y al palomino como variedades ‘fetiche’. Precisamente fue el primero en apostar por un palomino varietal en el Bierzo, mientras ensalza el valor de la mencía frente a otras variedades de uva. «Yo buscaba esa complejidad en una uva autóctona. Tiene esa parte mineral, esa parte de estructura y tanino, esa parte de fruta y también una parte especiada muy importante. Todo ese conjunto es muy difícil de encontrar en una única variedad», explica el enólogo, que también resalta que en Akilia «el 75% es trabajo es trabajo en viñedo», en orgánico 100% y con diferentes vinificaciones.
Palomino
Desde el 2013 hace vinos de villa -desde el primer año apostó por vinos de paraje- utilizando uvas de varias viñas en San Lorenzo (Ponferrada). Así, el primer vino de la cata es Villa de San Lorenzo Blanco 2017, en el que mezcla dos parcelas con viñedo viejo de 75, 96 y 116 años. El 90% de la uva con la que lo elabora procede del Fontairo, con una orientación oeste, que tras su fermentación tiene una crianza sobre lías finas en depósito durante cinco meses. Además un 30% del vino tiene una crianza en barrica francesa durante otros cinco meses.
«En esa orientación, oeste buscamos ese punto un poco más cálido, por lo que tiene más fruta», explica Mario, que señala aromas a frutas de agua tipo pera limonera, también alguna nota de fruto seco por ese paso por madera y una parte mineral que le aporta el viñedo y la variedad.
Una mineralidad que es más potente en el segundo vino, el ‘K’ 2017, que es un parcelario de Valdesacia. Uvas de palomino y doña blanca que crecen en una ladera este, que le aporta un carácter diferente, más recto, más fresco, más elegante. Con una fermentación y crianza sobre lías finas en depósito durante cinco meses, en el ‘K’ son más intensas esas notas de aromas terciarios y que evolucionan hacía esos furfurales característicos de los riesling. «Yo siempre voy a buscar esa mineralidad en todos los vinos», apostilla.
Mencía
El siguiente vino en caer en la copa fue el Villa de San Lorenzo Tinto 2016, un mencía de mezcla de parcelas de 75 años, con orientación oeste y vendimiada temprana. «Estamos entre 12 y 13 grados, nos gusta vendimiar entre final de envero y principio de maduración con un punto crujiente de la uva», detalla Mario Rovira, que explica que este vino está fermentado en hormigón, con crianza en el mismo depósito y un 30% en barrica francesa durante un año.
Ese aporte de la madera le da esa sucrosité (notas dulces) que hacen que sea un vino muy sabroso y también con un aroma muy rico. El parcelario de Villarín, con orientación este y viñedo viejo de más de 90 años, también se fermenta en hormigón y cuenta con una crianza en esos mismos depósitos de nueve meses. Pureza. En este vino destacan las notas florales, especialmente violetas. «Son aromas muy difíciles de encontrar en los vinos, pero que está en esta parcela de una manera muy sútil», precisa el bodeguero.
En cata de sorbo también tuvimos la oportunidad de probar el Akilia Chano Villar 2011, con el que el año que viene celebrará su llegada a la comarca en 2010. «Esa añada la guardamos porque cuando lo sacamos vimos que no era un vino para beber, era un vino de guarda. Este vino fue la tarjeta de presentación de Akilia y mantiene esa frescura y la potencia de su terroir después de siete años, mostrando un carácter especiado después de respirar varios minutos en la copa.
Akilia, otros proyectos
Pero la DO Bierzo no es la única región en la que ha puesto sus ojos Mario Rovira, que también elabora en Cádiz y en Barcelona. En 2014 arrancócon su proyecto en San Lúcar de Barrameda buscando en ese momento una crianza biológica para los vinos de palomino con velo de flor y sin fortificar. Así surgió la trilogía que forman Tosca Cerrada bajo velo sin bota -en inoxidable-, el Tosca Cerrada bajo velo en bota y el Tosca de Lentejuela, que es una de las ocho botas que elabora y del que sale 350 botellas. «Es la bota más evolucionada, la más pasada, la más exagerada», apunta.
Desde el sur miró hacía su tierra, para adentrarse en la DO Alella con el cuidado de un viñedo de tres hectáreas y media de macabeo y syrah ubicadas a cien metros del mar, con suelo granítico con alguna veta de cuarzo y pizarra. «Son vinos mediterráneos pero con mi estilo de vendimiar pronto buscando acidez y rectitud», cuenta Mario, que añade que para su elaboración utiliza botas de la Tosca Cerrada que se ha subido desde Cádiz. De ese «mestizaje» entre variedades mediterráneas y botas de Andalucía surgen tres vinos que llevan los nombres de tres palos del flamenco: La Flamenca, La Milonga y La Farruca. Su primera añada fue la 2018, que ya está en el mercado.
Los comentarios están cerrados.