En el corazón de la bodega de Descendientes de J. Palacios laten sus calados excavados en roca, a cuyo abrigo fluye desde el año pasado la «sangre» de la mencía de La Faraona, Las Lamas, Moncerbal y Corullón. La añada 2017 ha sido la primera que elaborarse y criarse en la nueva bodega, diseñada por el arquitecto Rafael Moneo y levantada en el alto de Chao do Pando, rodeada de los viñedos que la nutren cada vendimia en el entorno de Corullón.
«Querían dos cosas: que el proceso de elaboración se produjese siguiendo en lo posible la gravedad y que el reposo del vino se llevase a unos 20 metros bajo tierra», explicaba el galardonado Rafael Moneo, que no sólo entiende de arquitectura, sino que comparte también con Álvaro Palacios y Ricardo Pérez Palacios, tío y sobrino, conocimiento y pasión por el mundo del vino -tiene su propia bodega, La Mejorada, en un antiguo monasterio cerca de Olmedo (Valladolid)-.
Al hacer convivir la peculiaridad del lugar con algo tan lleno de tradición como es la elaboración del vino, subrayamos la hermosura del paisaje y a la vez convertimos a la arquitectura en celoso guardián de la vida de los vinos. Creo que al conseguir este doble efecto doy razón de lo que me gustaría fuese la impronta de mi trabajo como arquitecto». Rafael Moneo
El tándem Moneo-Palacios ha resuelto el diseño y la construcción de una bodega funcional, discreta en el exterior a pesar de sus más de 6.000 metros cuadrados -el 70 por ciento está bajo tierra-, eficiente desde el punto de vista energético y cumpliendo la máxima de «mejorar la calidad».
En tres volúmenes
Y es que su fragmentación en tres volúmenes unidos mediante un sistema de patios y vías rodadas y la existencia de cuatro niveles diferentes -que bajan hasta los 20 metros de profundidad-, permiten comenzar el proceso de elaboración en lo más alto y terminar la expedición de los vinos en el último de los patios. «Excavar en las pizarras siempre es costoso y resolver la conexión de los distintos niveles no fue fácil», reconoce Moneo, que destaca su «integración natural con el medio». «Subrayamos la hermosura del paisaje y a la vez convertimos a la arquitectura en celoso guardián de la vida de los vinos», añade el arquitecto.
El proyecto arrancó hace más de cuatro años. Su anterior bodega en el centro de Villafranca del Bierzo se les quedaba pequeña. «Lo más importante de la nueva bodega es el tamaño, en comparación con la otra, que nos va a permitir trabajar cómodamente, con espacio suficiente para tener las dos cosechas», asegura el bodeguero Ricardo Pérez Palacios, ‘Titín’, que insiste en que «sobre todo va a influir en la calidad del vino, que se va a criar en mejores condiciones y con una vinificación más controlada».
Por gravedad
A este respecto, destaca la importancia de trabajar por gravedad, limitando el uso de la bomba al mínimo, y la crianza a esa profundidad, recurriendo a la humedad natural que aporta la capa freática y consiguiendo unas condiciones de temperatura más estables mediante un túnel que recorre las naves de norte a sur. «El aire frío entra por la parte más norte y hace un recorrido por todas las naves de barricas hacia unos tiros de chimenea que están a la otra punta de la bodega, hacia el sur», explica.
Así, la uva de la vendimia llega al nivel superior y, por gravedad, va a los depósitos de fermentación –alcohólica y manoláctica- y después baja dos niveles para su crianza en barricas. Desde ese punto sube de nuevo un nivel para su embotellado y expedición. Ese es el recorrido que hace el vino dentro de la nueva bodega, donde conviven durante cerca de medio año dos añadas en crianza.
Nave de los calados
La nave de los calados es uno de los espacios más especiales de la bodega diseñada por Moneo, excavada en la roca que queda a la vista para aportar la humedad adecuada a los vinos y mostrar el suelo sobre el que descansan sus viñedos y que les hace tan especiales.
«Se ven vetas de calcoesquistos y entre ellas como aflora lava volcánica. Nos da información de en qué suelos están las viñas, en esa misma ladera del lado norte está Moncerbal, y que afloran a la superficie en el caso de La Faraona, con esa mineralogía volcánica, que la hace tan especial», destaca Ricardo, que señala que esta sala se destina a los vinos «finos», que se elaboran de una manera totalmente manual, a la antigua usanza.
«A una altura y con trasiego tradicional con vela, aunque ahora usamos bombillas», puntualiza el viticultor y enólogo, que aclara que esto supone que la única clarificación o filtración de esos vinos es sacarlo manualmente a través del espiche o falsete -agujero que hay en la luna de la barrica- hasta ver las lías que reposan en su panza, para lo que se utiliza la bombilla.
Al lado de esta nave donde se crían La Faraona, Las Lamas, Moncerbal y Corullón, está la sala dedicada al Pétalos, más amplia y adaptada al volumen de producción de este vino, que representa el 80 por ciento de Descendientes de J. Palacios. «El Pétalos es más sencillo de trabajar y se hace a más altura, hasta cuatro, por lo que necesita de un espacio más amplio», apunta Ricardo, que señala que también se aprovecha la capa freática a través de unos agujeros en el suelo.
Sólido y sencillo
Para él ha sido «increíble» trabajar con Moneo, con un genio capaz de involucrarse, escuchar y visualizar lo que ellos querían que fuera la nueva bodega, aportando soluciones funcionales y muy prácticas para su trabajo en este edificio sólido y entroncado al lugar utilizando materiales sencillos como la madera de castaño, el vidrio, el aluminio, el zinc y el hormigón visto con el color de los áridos de la zona.
«Es del mismo color que el castillo de Corullón, precisamente porque se ha utilizado para el hormigón áridos de una cantera que hay entre Toral y Sobrado», apostilla. Un castillo que se ve desde el mirador de su bloque central, donde están las oficinas y la sala de cata, con una panorámica al Bierzo y también a sus viñas –menos Moncerbal, metida en la ladera contraria-.
Este lugar se convierte en otro de los puntos centrales del recorrido, junto a los calados y a la escalera helicoidal que conecta los cuatro niveles. «Hay otra escalera cuadrada y un montacargas para unir las plantas», añade Ricardo, quien señala que la bodega tiene la «firma» de Moneo, que se percibe en su habitual juego de volúmenes y en elementos característicos de su arquitectura, como son también los capiteles de las columnas de la sala de elaboración, donde los depósitos de acero inoxidable comparten protagonismo con los depósitos de madera.
Hasta 600.000 botellas
Con una producción anual en torno a las 400.000 botellas, el nuevo edificio les permitirá crecer «con comodidad» hasta las 600.000 botellas. «Estamos creciendo entre un 10 y un 15 por ciento cada año y la idea de mi tío Álvaro era que no nos quedáramos pequeños, poder crecer un poco más y seguir trabajando cómodos», defiende Ricardo.
Así, la pasada vendimia la cerraron con un 40 por ciento menos de producción que un año normal, que han tratado de compensar comprando más uva para Pétalos. Eso sí, va a haber menos botellas de Corullón y Las Lamas y no va a haber Moncerbal, mientras La Faraona se mantiene más o menos en su línea, con unos mil kilos de uva recogida en esta finca, la más especial de la bodega y reconocida su añada 2014 con 100 puntos Parker.
(Adaptado del artículo ‘En el corazón de la bodega’, que escribí para el El Día de León)
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Antonio
septiembre 7, 2018 at 12:30 pmLa arquitectura empieza a ser referente de gran bodega, tener a Moneo entre nosotros nos da un plus de «algo más» que camina hacia el enoturismo, recordad a Portia, Protos, Marqués de Riscal y a tantos otros.