Si a un vino le añades fruta, azúcar y especias y lo dejas macerar varios días, se transforma en una poderosa arma para ‘matar judíos’. Y aunque lo parezca, no es una incitación a la violencia ni un manifiesto antisemita. Sólo es una de las principales costumbres paganas que acompaña a la Semana Santa en el Bierzo y León. Durante estos días, los «fieles» cambian el vino por la limonada, un dulce brebaje para «procesionar» de bar en bar.
Y este año las mejores limonadas para «matar judíos» en el Bierzo están en La Estrella de Ra (Ponferrada), Mesón El Nogaledo (San Esteban de Valdueza) y Mesón Tres Portiñas (Ponferrada). Estos fueron los ganadores del primer, segundo y tercer premio, respectivamente, del concurso de limonadas de Semana Santa, que organiza La 8 Bierzo con el Ayuntamiento de Ponferrada. También hubo dos áccesit para la cuarta y quinta mejor limonada, Tomé II y La Viña, ambos en Ponferrada.
El jurado estuvo formado por Ramón Villa (Academia Leonesa de Gastronomía), Jacinto Palacios (Academia de Sumilleres de León), Misericordia Bello (Consejo Regulador DO Bierzo), Pablo Librán (Mejor Limonada 2018, Eureka Bar), José Manuel Ferreria (Enólogo) Vicente Parra (Lambrión Chupacandiles). Los seis se repartieron la cata de las 48 muestras de limonada, tinta y blanca., que marca un récord de participación. Los alumnos del Master de Enología y Viticultura de Ponferrada presentaron una limonada fuera de concurso, muy innovadora y sorprendente, con un rosado con carbónico y maceración en frío de frutas muy trituradas (limón, mango), hierbas aromáticas (menta, melisa, citronella) y miel de azahar.
¿Cómo se cata una limonada?
Pues tratándose de una bebida cuya base es vino, pues igual, atendiendo a una fase visual, otra olfativa y una última de paso por boca y equilibrio. El miembro de la Academia de Sumilleres de León, Jacinto Palacios, nos explica que a golpe de vista el color de la limonada tiene que ser brillante y con tonos que identifiquen su frescura. Violáceos en el caso de las tintas, rosas fresa y frambuesa para las de clarete, y más dorados para las blancas.
En nariz, el vino va a estar ya enmascarado por esa maceración con las frutas, advierte Palacios, que añade que ahí «se puede encontrar de todo, ya que cada maestrillo tiene su librillo». Aquí se perciben a veces aromas de licores y destilados que se añaden en algunas elaboraciones y que no son las propias de una limonada tradicional berciana. «Yo no creo que sea lo recomendable», valora el sumiller. Cítricos, canela, balsámicos.
Al final, analizar los sabores y las texturas del vino, que deben recordar a las frutas con las que macera, y las sensaciones que deja en el retrogusto. Palacios señala como ingredientes el vino, los cítricos y frutas secas, azúcar y alguna especia. «Me gustan los colores muy vivos y en la nariz que sea sobre todo frescura con aromas cítricos, incluso algo balsámicos. Después que tenga cierta complejidad, que te de matices que además de esas frutas cítricas hay algo más, pero sútil con algún toque especiado de orejones o canela. En boca, que resulte muy fresca, muy fácil de beber y no excesivamente dulce». Así describe un sumiller la limonada perfecta.
Cuando el vino se transforma en un arma para ‘matar judíos’
El origen de esta tradición, aún no del todo claro, se remonta siglos atrás y se pierde entre los enfrentamientos de cristianos y judíos. Según algunos estudios, se vincularía a los asaltos que a finales del siglo XII sufrieron las juderías de la ciudad de León, entonces en la zona de Puente Castro, por parte de los reyes Alfonso VIII Castilla y Pedro II de Aragón. El ataque -muy cruel, con muchos muertos y sangre- obligó a los judíos que lograron huir a instalarse en la ciudad, en el entorno de lo que hoy en día es barrio de Santa Ana y la plaza de San Martín.
Tras unos siglos de tranquilidad, en mediados del siglo XV se repitieron los enfrentamientos, con la aparición de un personaje leonés muy conocido, Suero de Quiñones. Este debía mucho dinero a un prestamista judío que vivía en la ciudad y, como no se le ocurrió otra forma de no pagar su deuda, animó a que como ocurría en el resto de España, se acabara con todos los judíos porque eran culpables de la muerte de Jesús. Había que matarlos a todos y vengar la sangre de Cristo.
Entonces Suero de Quiñones y un grupo de amigos entraron en la judería -en la zona del barrio Húmedo- y acabaron con la vida de varios judíos, incluido el prestamista, para después ir a celebrar su muerte bebiéndose unos vinos. El vino habría servido para enardecer los ánimos y festejar el crimen Era el día de Jueves a Viernes Santo, dando origen a una tradición que se mantiene varios siglos después.
Otras versiones para una tradición
Cada Semana Santa sigue saliendo cada Semana Santa a matar judíos, aunque de una forma menos violenta y sin correr la sangre, sólo la limonada. Pero no es la única versión. Otras apuntan a los ataques a los judíos en Semana Santa y que las autoridades, para evitarlos, decidieron permitir una suave bebida alcohólica en las tabernas del camino, para que se emborracharan y desistieran de sus intenciones.
También que la limonada evocaba a una de las siete palabras que pronunció Jesucristo en su pasión, «Tengo sed». Así, su poso queda en la cultura popular con expresiones como «limonada que trasiego, judío que pulverizo» o «cristiano ebrio, judío muerto».
La receta de Palmira
Y aunque cada familia tiene su receta, a mi me gusta la que se hacía en casa de mi amiga Marga. Es la receta de Palmira, una ponferradina de pura cepa que vivía en una casa frente a la iglesia de San Andrés y el castillo -de la que hoy quedan un par de muros-. Ella legó su «secreto» a sus hijas, pasando después a sus nietos. Para diez litros de vino clarete -lo de vino tinto es más moderno-, será necesario un kilo de naranjas (de las que sólo se añade la piel), un kilo y medio de limones cortados en trozos, dos botes de canela en rama, un paquete de higos, otro de uvas pasas y más o menos un kilo “y pico” de azúcar.
Se mezcla todo y se deja reposar un par de días tapado con un trapo de gasa para que respire, se remueve y se prueba todos los días, echando un poco más de azúcar hasta que esté al gusto, más o menos dulce. Y es que no se echa todo el azúcar de golpe. Unos 750 gramos el primer día de elaboración y después se va añadiendo.
El brebaje debe estar en reposo entre ocho o diez días para que la fruta suelte todo su sabor en maceración con el vino y el azúcar. Una vez pasado ese tiempo, es el momento de colarlo y embotellarlo para que esté listo para el Domingo de Ramos y empezar la Semana Santa como manda la tradición, “matando judíos”.
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